lunes, noviembre 01, 2004

CARTA A TU AUSENCIA

De todos los amores fuiste el más grande y sublime que Dios pudo darme, el cielo no olvidó ni un solo detalle para escogerme como tu pequeña y unirme a tu vida.
No eres un recuerdo, sigues a mi lado recorriendo mis desaciertos, locuras, risas y llantos. Ya no puedo besar tus manos, ni ver como tu alegría dependía de la mía, ni oír tus pasos en la oscuridad vigilando mi sueño o desvelo. Cierro mis ojos y apareces con tu dulce carita; atormentas mis sueños con tu imagen y tu voz diciéndome: por favor para tu llanto, estoy aquí, de pronto me veo abrazada a ti en un mar de lágrimas gritando vuelve, vuelve. Al despertar la tristeza ha crecido un poco más que el día anterior y tu esfuerzo de venir de ese espacio misterioso, ha fracasado, la amargura no me permite sentir más allá del dolor.

Quiero mi pasado: cada mañana al despertar, veía como contemplabas a tu pequeña; [por] las noches quitaba los calzados de tus agotados pies a causa de una dura jornada, necesitabas un poquito de mimos, y una recompensa de cariño por todos tus días de trabajo que me alimentaron. Mis palabras divagaban en la imaginación y te arrancaban sonrisas de orgullo por esa inocencia. Hay tantas cosas que extraño de ti.

En aquella tarde, cuando una fría cama de hospital aprisionó tu cuerpo pensé que tu fuerza no podía traicionarnos, tantas enfermedades y lesiones superaste, no sería esta herida que marcaría tu partida. Los días pasaban y tú ibas muriendo, pero la esperanza continuó a pesar de las noticias desalentadoras, acudí con lamentos, suplicas y rezos, Dios no podría robarme a mi gran tesoro, no abriría una grieta de sempiterno dolor en mi corazón.

Asistí el 31 de octubre a la iglesia en busca de un milagro, pero el sermón me hizo pronunciar “Hágase tu voluntad” y cuando regresé a casa, te habías marchado. Maldije esas palabras, no quería dejarte ir, no habría ni tiempo, ni espacio que resignará tu partida, debías perpetuar en los pasos de mi futuro y no pernoctar en mi pasado. Desde aquella noche he leído mil veces tu carta, donde respondías y declarabas cuanto me amabas:
“Hijita quiero que me hagas el favor de cuidarte mucho, engórdate un poquito, tal vez así te mejores, porque tu enfermedad me preocupa mucho y si algo necesitas no dudes en decirme, que no habrá un imposible que yo no haga por ti, eres una de las personas que más quiero y no deseo que te pase nada de nada. Te agradezco todo lo que has escrito y todo lo que me dices me da alegría y al mismo tiempo tristeza… no te escribo mucho, no te imaginas cuanto me deprimo. Te quiero mucho pero mucho, mucho, yo te hablo por teléfono.“Tu Padre que te quiere y se siente orgulloso.”

Dejaste un legado de bondad, generosidad y sabiduría, me llamabas tu angelito y fue lo contrario, siempre serás mi ángel, quien llenó de regalos y ternura a su pequeña. La muerte no logró separarnos: Soy parte de ti , tu sangre corre mis venas, tu esencia está en mi alma.
Cuando mi alma quiso escapar de esta prisión que es el cuerpo, fue en el momento más doloroso de la vida… no hallé palabras que consuelen la tristeza, las lágrimas se convirtieron en un mar que no tiene final, desee la libertad por un camino desconocido donde no podría llegar la amargura. No sé que tan cerca esté de esa verdad pero no he logrado ni escapar de mi cuerpo, ni superar mi dolor. Los recuerdos más hermosos que tengo de ti, los he transformado en llanto. La fuerza de tu pequeña se fue con tu sonrisa