miércoles, diciembre 20, 2006

Mami, ya no estará…


A través de la ventana lo vi marchase. Afuera jugaba Xavier, que ni siquiera se percató de la pelea No escuchó las palabras agraviantes, ni los golpes que recibí de él.

Xavier me mira y sonríe desde el jardín. Sus pequeñas manos me inducen a un abrazo. Pero no bajaré, no podría decirle que pronto tendré que irme.

No siento dolor por los golpes, ni mis lágrimas recorren mis mejillas. Sólo me invade el miedo de su regreso por Xavier. Dios ayúdame a alejarlo de él.

Mi mirada registra por última vez la habitación, se detiene en ese cuerpo inerte. ¡Si soy yo! Aunque la sangre ha bañado el rostro, es inútil negar mi muerte.

Es hora de despedirme de Xavier. De repente se convertirá en un hombre.

En ese momento llega un automóvil de la policía y baja al asesino de mis sueños y de mi cuerpo, pero no de mi alma.

martes, noviembre 21, 2006

jueves, noviembre 02, 2006

HABLA MI CORAZÓN


Mi corazón
Mi corazón escapó de ese castillo frío y sombrío.
Tu miel, lo convenció de romper las reglas.
He tratado durante días que entre en razón
Y deje de amarte,
Pero no hay argumento que deshaga ese cariño.
Pasa horas soñando con tu imagen,
Obliga al pensamiento a recordarte.
Es como un niño que en el día juega con los besos que le ofreces
Y en la noche acaba rendido por tus caricias.
Apenas siente tu presencia
Quiere salir
Y sólo tu dulzura lo controla.
No quiere entender que tu ausencia lo puede herir.
Que morirá sin remedio,
Cuando llegue tu olvido.
¿Cómo puedo salvarlo, si ya mi voz no hace eco en su morada?
VP

lunes, octubre 30, 2006

ANGELITOS TERRENALES

La oscuridad de la noche es como tu tristeza: en medio de ella, hay una pequeña luz que ilumina la esperanza

Tras el silencio de tu infancia, está la tristeza de mi presente


lunes, octubre 02, 2006

MI OBRA MAESTRA

Mis manos sintieron la desesperación de pintar un mundo incierto y solitario. Empecé a buscar materiales de acuerdo a la imagen que mi cerebro proyectaba por la sensibilidad y crudeza de mi estilo.

Los carboncillos estaban demasiado consumidos para poder terminar cualquier pintura. Por un rato me desanimé, porque a mi mente solo llegaban los momentos en blanco y negro, faltos de vida, de alegría por lo que eran necesarios los carboncillos. De pronto, encontré unas acuarelas casi intactas, las había utilizado en una sola pintura. Tuve a mi disposición todos los colores de la belleza, el misterio y la tragedia.

Durante años, poseí la ayuda de varios alucinógenos para crear obras perfectas con temas religiosos, sociales y sobre todo macabros. Mi trabajo representó sólo heridas.

Sin embargo, esta vez no necesité de nada más que de tres pinceles, la caja de acuarelas y el corazón de un artista reprimido. Me senté en el piso y apoyé en mis piernas entrecruzas, una madera que contenía el residuo de mi pasado. Comencé a delinear el boceto, mientras, el pensamiento se entretejía de recuerdos.

Apenas tenía ocho años cuando hice el primer dibujo, un retrato increíble. Plasmé en una pequeña cartulina el alma de mi compañero de aula. Aquel muchacho egoísta que pensaba en sobresalir del resto, sin el menor esfuerzo. No sé porque lo escogí.

Se lo vendí por unos cuantos centavos, así conseguí los primeros materiales que trazaron mi destino, y él consiguió engañar a su padre, diciendo que lo había hecho.

En la adolescencia capté en tonos sombríos, la belleza de la mujer que me brindó el néctar de sus labios y la inocencia de su juventud. Sin olvidar la cruel mirada del abandono. De esa manera siguieron las obras de mi vida. La esencia del dolor cautivaba la mirada de seres grises y solitarios.

Las manos al son de las reminiscencias, que escondí entre lágrimas y esperanzas. Tuvieron una fuerza indómita para diseñar cada línea y sombra.

Sin darme cuenta terminé el cuadro que debía representar mi soledad, lo coloque en el caballete y me alejé para contemplarlo. Eso era yo, la efigie de mi interior. Llena de colores carente de lo que aprendí en mis años de estudios, “donde entra la luz no existe la sombra”. No hubo sombra en aquella pintura, sólo alegría. Comprendí que esta era mi obra maestra.

miércoles, septiembre 27, 2006

VIERNES SANTO

Din, don… Las campanas de la iglesia tocaron al amanecer.

Guadalupe despertó muy temprano. Los gritos de su abuela acabaron con la paz matutina, no dejó a nadie dormir más de la cuenta.

-Lupe vístete inmediatamente y ve ayudar a tus tías en la cocina. Vociferó la abuela

En la cocina aguardaban las empleadas y sus dos tías solteras, quienes prepararon la Fanesca del Viernes Santo.

A media mañana llegaron primos, tías abuelas y amigos de la familia. Desde tempranas horas advirtieron a los niños de no jugar, cantar o cualquier actividad que demostrara alegría. El Viernes Santo se conmemoraba un año más de la muerte de Jesucristo y significaba un día de recogimiento espiritual. Estaba prohibido bañarse, bailar, comer carne y hablar demasiado.

En las iglesias los sermones de los sacerdotes asustaban a los fieles cristianos con el fuego eterno como pago a cualquier sacrilegio que cometieran en el día.

Para Guadalupe significaba las 24 horas más largas del año, sin risas ni juegos. Guadalupe, era una niña muy hermosa: cabellera larga y brillante, ojos negro azabache, nariz pequeña y labios delgados con formas delicadas. Su sonrisa conquistaba siempre a sus primos.

La tía Martha y su hija Vicky llegaron, la infante de 12 años también estaba ya advertida de no portarse rebelde en ningún momento del día. Guadalupe empezó a saltar de emoción al saludar a su prima y los mayores la vieron de soslayo con miradas reprobatorias. Ella bajó la vista y se sintió culpable.

Mientras la cocina estaba repleta de mujeres atareadas por cortar y pelar los alimentos, las dos niñas planearon escaparse cuando nadie las observara. Después de estar dos horas arrinconadas en el ala izquierda del patio, se les presentó la oportunidad. Primero salió Vicky por la puerta trasera de la vivienda y luego de unos minutos lo hizo Lupe. Corrieron de prisa y sin tropezar hasta llegar al jardín de la escuela del barrio. Una vez allí, iniciaron los juegos.

En el centro del parque se encontraba un tiovivo abandonado, la base redonda de madera, un pilar en el centro con varias manijas de metal, permitía que la rueda diera vueltas y vueltas.

Vicky y Lupe jugaban en el columpio, de súbito se miraron y luego su vista se dirigió al tiovivo. Corrieron hacía él, Lupe llegó primera y subió de prisa lo que significaba que la otra niña tendría que empujar para que empezara a girar. Varias vueltas dio Lupe antes de que Vicky subiera, cuando las dos se encontraban encima sus gritos y risas eran a la par.

Después de unos minutos, se oyó chillar de dolor a Guadalupe, su prima se asustó y vio que su larga cabellera se había enredado en el pilar.

La tía Marcia en ese mismo instante había salido en su búsqueda. Cuando observó a sus dos sobrinas llorando, se percató de lo ocurrido y fue de inmediato a llamar a su madre para que auxiliara a Lupe.

La abuela de forma inexorable salió en dirección al parque con tijeras en mano. Llegó y golpeó a Vicky para que se apartara y empezó a cortar de manera brusca la linda cabellera de Lupe, no hizo ningún intento de desenredar el cabello atrapado en las manijas del juego.

-Esto es un castigo divino, por no respetar este día. - dijo su abuela.

La mayoría de la familia había ido a ver el desenlace de la situación y nadie se quedó callado. Todos se encontraban de acuerdo en que Dios las reprendió por la grave falta. Así, durante un par de horas Guadalupe los escuchó, su llanto no paraba por el dolor de cabeza y por varias imprecaciones hacia ella.

Por la noche Guadalupe fue a su dormitorio. Sus lágrimas brotaron de nuevo, como una suave llovizna que golpeaba su fe, gotitas de sal que trazaban su alma con amargos recuerdos. No pudo entender el comportamiento tan cruel de los adultos. La severidad, la indolencia de sus palabras.

En su habitación se encontraba una escultura de Jesucristo; aquella imagen sonrió, y el cabello de Lupita comenzó a crecer, la niña, sin saber aun la sorpresa que le esperaba al día siguiente, concilió el sueño bajo un torrente de lamentos.

Todas esas beatas y curas distorsionan la imagen de Dios. No existe ningún Dios que odie los juegos de niños. ¡Dios no castiga las risas de la inocencia!.

martes, julio 04, 2006

TUTY, EL MIMO MÁS DULCE

Tiene mi corazón un llanto de princesa
olvidado en el fondo de un palacio desierto...
Pablo Neruda.



- Ayer miré al cielo y tu estrella me dijo que eres completamente feliz, mi querida amiga. Repetía antes de marcharse…

Jonathan se encontraba frente a la tumba de Paula. Hace ya veinte años había muerto y durante todo ese tiempo, él nunca olvidó la inocencia y generosidad tuvo con él durante su enfermedad. Ella le enseñó a dibujar sonrisas en las heridas del alma

Paula miraba en el lado izquierdo de su boca, una leve arruga. Sonrió porque era muy pronto para que en su rostro se dibujase las huellas del tiempo. Pensó; tal vez es por la pintura. Recordó tener una crema para desaparecer las arrugas, empezó a buscarla, no lograba hallarla en el dispensador del baño que era el lugar donde debió estar, abrió los cajones del closet y en ninguno de ellos estaba. De pronto, se detuvo y observó un viejo anaquel cerca del televisor, tenía tres pequeños cajones en la parte inferior, estuvo segura de que allí no estaba, siempre se negaba a ver aquel mueble con detenimiento, sólo lo limpiaba para evitar la acumulación del polvo. Era evidente el desdén que le producía el acercarse a él, pero sintió que era momento de hurgar en su pasado.

Sacó por completo los tres cajones y los colocó con cuidado alrededor suyo, se arrodilló en el suelo, mientras su pensamiento iba dilucidando las memorias. Paula era muy joven, sin embargo, ocultaba demasiadas penas y alegrías para su temprana edad.

Tomó un pequeño libro de uno de los cajones. La pasta era de un material muy similar al mármol y el filo de las hojas eran doradas, una verdadera belleza; éste fue un regalo de su madre por la primera comunión. El cajón tenía reminiscencias de toda su infancia: un pequeño tigre de peluche que le obsequió su padre, un gato de caucho con un sobrero en forma de chupón que estaba descolorido porque Paula lo había reemplazó el biberón por el gatito hasta los cinco años. Su rostro se iluminó de alegría, acarició con ternura cada objeto.

Antes de vaciar la gaveta, observó a la siguiente y cambio de expresión, su sonrisa se borró de pronto. Varias fotografías, ticket de conciertos y etiquetas de licores se encontraban allí. No cabe duda que representaban dolor; una adolescencia de argucias, errores y melancolía. Para Paula se convirtió en una etapa vacua atiborrada de malas experiencias, pero de las equivocaciones pasadas forjó un presente lleno de luz.

Decidió que los recuerdos del segundo cajón ya no hacían falta, sabía que no caería otra vez en los albures de la vida. Así que depositó todo en la basura.

Quedaba un cajón sin revisar, pero sus lágrimas empezaron a brotar sin parar, sus delgadas manos temblaban. En la última caja de madera se hallaban recetas, exámenes médicos con sus respectivos resultados. Paula dimitió a seguir con los recuerdos, enjugó sus lágrimas y recogió todo para ponerlo en su lugar.

Luego se acercó a la ventana, por un largo rato se ensimismó con el recuerdo de Jonathan, pero el llamado de su madre la asustó.

- Paula ya es tarde y aún sigues aquí.

Ella sonrió al mirar el reloj, cogió un bolso negro que se encontraba en la cama, besó a su madre en la frente y salió dispuesta a que Tuty continuara su misión.

En el camino siempre repetía en su mente, “No mires atrás porque si lo haces se escapará parte de tu presente y volverá parte de tu pasado…

Cinco años atrás Paula llegó a vivir en un pequeño pueblo “Mulalillo”, donde el desarrollo social, político y cultural quedó rezagado por la mala administración de las autoridades del lugar y del país en general. Aunque ella residió casi toda su vida en la capital, no extrañaba nada de la gran ciudad.

Todos los días iba al área de los niños en el único hospital del pueblo, entraba a las tres habitaciones que estaban destinadas para los infantes. La primera vez, que Paula se presentó ahí recibió una serie de palabras reprobatorias, además sus buenas intenciones se transformaron en una querella entre los padres de los niños y algunos doctores del centro médico.

- ¡Un mimo! Cosa del demonio. Musitaban los enfermos

Ir vestida de negro fue como ir de luto. Tomaron como una broma macabra de Paula, quien pretendía llamar a la muerte. La disputa inició en el instante que ella salió con el traje y el rostro pintado de blanco. Además, la lágrima dibujada en su mejilla, agravó más la reyerta.

Los escasos doctores que trabajaban en el sitio, la defendieron de aquel malentendido e ignorancia, hicieron comprender que era tan sólo un payaso y en poco tiempo el pueblo apoyó la labor de Paula. Tuty (nombre del personaje) recorrió con dulzura cada rincón del hospital, despertó a la esperanza que se había dormido en algunos niños.

Conoció a la mayoría de los niños de Mulalillo, quienes acudieron por simples gripes o leves indigestiones. El caso más grave del sanatorio era el de Jonathan. Un niño de tres años que sufría de raquitismo, su aspecto era espantoso, pálido, demasiado flaco y despedía un hedor insoportable, la falta de limpieza y miseria originaron en su cuerpecito varias llagas. El pequeño sólo tenía a su padre Raúl, un hombre de 32 años, famélico con el rostro adusto, la madre de Jonathan abandonó el hogar en cuanto vio a su hijo enfermo.

Paula se encariñó con esa indefensa criatura y todos los días llevaba alimentos para su padre. Mientras Raúl comía, ella abrazaba a Jonathan y le susurraba al oído.

- Ayer miré la estrella de tu destino y brilla más que nunca… Sanarás pronto bebé

Los brazos de Paula lo mantuvieron siempre caliente y protegido, no realizó ninguna función para hacer reír al niño, porque la mayoría del tiempo estaba dormido. Pasaron cuatro años, en los que Jonathan salía bien del dispensario y regresaba al poco tiempo en mal estado.

Los cuidados de ella, la preocupación de los doctores por el niño y el amor de Raúl lograron salvar al niño. La amistad, entre la bella joven y el menor logró borrar los recuerdos dolorosos de Jonathan y el sufrimiento escondido de Paula.

Hace seis años atrás Paula sobrevivió de un cáncer en los ovarios, lo que inevitablemente le impidió ser madre. Sin embargo cubrió su alma con un manto blanco de compasión y amor por los niños. Y así fue que Jonathan poco a poco cerró esa enorme grieta de dolor en el corazón de ella.

Las visitas de Tuty se suspendieron de pronto, los niños preguntaban por el mimo, Raúl prometió ir a casa de ella para saber si se encontraba bien.

La madre de Paula estuvo en su dormitorio, guardando en uno de los tres cajones del anaquel, una foto que le había tomado, cuando se vistió por primera vez de mimo, todo había empezado como un juego para la fiesta de disfraces que se organizó en su trabajo. Después de su enfermedad decidieron trasladarse a un pequeño pueblo para que Paula sanase las heridas del espíritu.

Continuó guardando fotografías de su tierno mimo en el cajón que hace siete días había vaciado Paula. El cáncer volvió de una manera inesperada y drástica. Paula había olvidado sus chequeos regulares y no se pudo hacer nada para salvarla.

- Apenas tenía 27 años. Musitó su madre al mismo tiempo que lloraba.

Su cuerpo había sido enterrado en la capital, donde radicaban la mayoría de amigos y parientes. En su tumba hubo una hermosa rosa cada semana. Era un mimo quien cambiaba la flor… Era Jonathan, que mantenía aún viva la semilla de ternura que había sembrado en él.

En su lápida se grabó: TUTY, EL MIMO MAS DULCE…

jueves, junio 01, 2006

La caza


Una gota recorrió mi rostro. Cuando abrí los ojos estaba en medio de una selva desagradable. Quise levantarme pero un fuerte dolor en el vientre me lo impidió. Miré mis manos endebles y maltratadas, llenas de sangre, pero no veía herida alguna. ¿Qué fue lo que pasó?.Examiné mi cuerpo y la sangre salió de entre mis piernas, era imposible dilucidar algo en ese momento. Tampoco pude recordar nada de mi pasado. No era yo quien estaba en ese cuerpo, ¡No era yo! Traté de caminar pero sólo pude arrastrarme. Durante dos horas avancé muy poco, cada instante que pasaba era tan confuso. Hasta que a lo lejos oí relinchos de caballo y atisbé una carretera. Hacia allá me encaminé, pero, de repente, sentí convulsiones, vómito, perdí el conocimiento.Desperté en el mismo lugar, la noche había caído. La humedad era insoportable y en medio del calor sobrevino una llovizna tenue que lavó por completo las huellas de sangre de mi cuerpo. Ya el dolor en el vientre era leve, así es que decidí caminar hacia la carretera.A lo lejos pude divisar una luz que provenía de una pequeña choza. Todo me pareció una locura. Al acercarme al lugar, salió una mujer gorda de unos sesenta años, con el rostro adusto. Lo que me llamó más la atención de ella fue su atuendo. Llevaba un vestido oscuro y largo, un delantal lleno de grasa y un sombrero marrón nada común. Su atavío era extraño para un clima tan cálido. De pronto, se dirigió hacia mí, con una serie de improperios que me asustaron. Luego tomó un respiro y me dijo:-¡Hasta que apareciste desgraciada!, Creo que entre más pasa el tiempo tu idiotez
empeora.Quise responder pero solo tartajeaba medias palabras.-Estás condenada al mismísimo infierno. ¿Pero por qué Dios me castiga al llevar una cruz que no me pertenece?Señaló un establo y me ordenó entrar de prisa. Allí no había animal alguno, pero el sitio expedía un hedor a desperdicios de alimentos y deshechos podridos. No hubo una cama o catre donde pudiera descansar. Lo único que hice fue cerrar el portón, como una medida de seguridad.Cuando estaba a punto de dormir, se abrió bruscamente el portón.-Carmela, sé que estás aquí.-masculló la voz de un hombre.De nuevo quise hablar, pero me di cuenta de que tenía un problema en la lengua que me impidió articular palabras, así que callé. Además, así le hubiera dicho que se largase no hubiera obedecido.-Soy Fray Jacinto, tu abuela me ha pedido que venga a sacarte el demonio, sé que es muy tarde pero por mi consentida haría muchas cosas.Miré la luz de una vela que iba de un lugar a otro. Al ver que se dirigía hacia mí, traté de escapar, pero él me agarró del cabello fuertemente.-¿A dónde piensas que vas? Hace varios días que no visitas el convento, pero sé que hoy tuviste un agradable encuentro con Fray José. Vamos, no seas tonta. Deberías ser más servicial, pues te hemos salvado la vida. Si no fuera así, hace tiempo estuvieras bajo una hoguera.
Luego me golpeó con su puño y cayó sobre mí. Siguieron más golpes hasta que terminó dentro de mí.-Adiós, pequeña salvaje. Le diré a tu abuela que te portarás bien y seguirás con las visitas regulares a la iglesia.¡Qué ironía! mis lágrimas eran lo único suave y cálido que había sentido desde que desperté. No sé si tenía alma, me habían tratado como un animal. Tal vez eran todos ellos los que carecían de alma, y que la piedad y el amor en ese convento no existían, sino el infierno.
Hasta el amanecer, mi llanto no se detuvo. Limpié mi cara y decidí salir para nunca más regresar a esa inmundicia de hogar. Sin embargo, otra vez convulsioné y caí pero, está vez fue diferente. Entré en un túnel sofocante en donde mis oídos estaban a punto de estallar por a causa de un zumbido estentóreo, que no paró hasta ver una luz.Me di cuenta que padecía de una enfermedad extraña que poco a poco estaba acabando conmigo. No podía despertar debidamente y llevaba días perdiendo y recuperando a medias la conciencia. A veces, parecía que escuchaba musitar varias voces masculinas.Algunos recuerdos se iban incorporando en mi mente. Mi nombre no era Carmela, y había estado enferma desde hacía algún tiempo. De pronto, sentí que alguien enjugaba mi sudor. Con mucho esfuerzo logré despegar mis párpados.
-¡Ya está entrando en sí

Frente a mí estaba un guardia, que detenía un trapo colocado en mi boca. ¿Qué pasó, estoy en prisión? Me incorporé y vi que se encontraba también, un párroco con el cabello canoso de rostro cetrino. Al verlo me encolericé y salté hacia él, como posesa. No sé de donde salieron dos agentes más y me golpearon con una macana para que soltara al cura.-He venido a salvar tu alma, pero veo que no tienes el menor arrepentimiento. Pues muere con tu culpa. ¡Estás condenada al mismísimo infierno! -Gritó el cura.
Luego caminé por el pasillo: un entresijo de la muerte. Antes de entrar al cuarto de condena, volví la cabeza y con una sorna sonrisa le dije al clérigo. -Estaré esperando tu llegada al infierno.

Observé a mi madre sollozando. Tenía un crucifijo en la mano. Hasta el último momento esperé que la pena se conmutara. Cuando sentí la cuerda en mi cuello, escuché caer el crucifijo al piso.

Levanté los ojos y sentí que me liberaba de aquel cuerpo que no me pertenecía. Caminé hacia mi madre, besé su frente y salimos juntas de ese lugar. ¿A dónde íbamos?. Tal vez donde si haya justicia.