martes, julio 04, 2006

TUTY, EL MIMO MÁS DULCE

Tiene mi corazón un llanto de princesa
olvidado en el fondo de un palacio desierto...
Pablo Neruda.



- Ayer miré al cielo y tu estrella me dijo que eres completamente feliz, mi querida amiga. Repetía antes de marcharse…

Jonathan se encontraba frente a la tumba de Paula. Hace ya veinte años había muerto y durante todo ese tiempo, él nunca olvidó la inocencia y generosidad tuvo con él durante su enfermedad. Ella le enseñó a dibujar sonrisas en las heridas del alma

Paula miraba en el lado izquierdo de su boca, una leve arruga. Sonrió porque era muy pronto para que en su rostro se dibujase las huellas del tiempo. Pensó; tal vez es por la pintura. Recordó tener una crema para desaparecer las arrugas, empezó a buscarla, no lograba hallarla en el dispensador del baño que era el lugar donde debió estar, abrió los cajones del closet y en ninguno de ellos estaba. De pronto, se detuvo y observó un viejo anaquel cerca del televisor, tenía tres pequeños cajones en la parte inferior, estuvo segura de que allí no estaba, siempre se negaba a ver aquel mueble con detenimiento, sólo lo limpiaba para evitar la acumulación del polvo. Era evidente el desdén que le producía el acercarse a él, pero sintió que era momento de hurgar en su pasado.

Sacó por completo los tres cajones y los colocó con cuidado alrededor suyo, se arrodilló en el suelo, mientras su pensamiento iba dilucidando las memorias. Paula era muy joven, sin embargo, ocultaba demasiadas penas y alegrías para su temprana edad.

Tomó un pequeño libro de uno de los cajones. La pasta era de un material muy similar al mármol y el filo de las hojas eran doradas, una verdadera belleza; éste fue un regalo de su madre por la primera comunión. El cajón tenía reminiscencias de toda su infancia: un pequeño tigre de peluche que le obsequió su padre, un gato de caucho con un sobrero en forma de chupón que estaba descolorido porque Paula lo había reemplazó el biberón por el gatito hasta los cinco años. Su rostro se iluminó de alegría, acarició con ternura cada objeto.

Antes de vaciar la gaveta, observó a la siguiente y cambio de expresión, su sonrisa se borró de pronto. Varias fotografías, ticket de conciertos y etiquetas de licores se encontraban allí. No cabe duda que representaban dolor; una adolescencia de argucias, errores y melancolía. Para Paula se convirtió en una etapa vacua atiborrada de malas experiencias, pero de las equivocaciones pasadas forjó un presente lleno de luz.

Decidió que los recuerdos del segundo cajón ya no hacían falta, sabía que no caería otra vez en los albures de la vida. Así que depositó todo en la basura.

Quedaba un cajón sin revisar, pero sus lágrimas empezaron a brotar sin parar, sus delgadas manos temblaban. En la última caja de madera se hallaban recetas, exámenes médicos con sus respectivos resultados. Paula dimitió a seguir con los recuerdos, enjugó sus lágrimas y recogió todo para ponerlo en su lugar.

Luego se acercó a la ventana, por un largo rato se ensimismó con el recuerdo de Jonathan, pero el llamado de su madre la asustó.

- Paula ya es tarde y aún sigues aquí.

Ella sonrió al mirar el reloj, cogió un bolso negro que se encontraba en la cama, besó a su madre en la frente y salió dispuesta a que Tuty continuara su misión.

En el camino siempre repetía en su mente, “No mires atrás porque si lo haces se escapará parte de tu presente y volverá parte de tu pasado…

Cinco años atrás Paula llegó a vivir en un pequeño pueblo “Mulalillo”, donde el desarrollo social, político y cultural quedó rezagado por la mala administración de las autoridades del lugar y del país en general. Aunque ella residió casi toda su vida en la capital, no extrañaba nada de la gran ciudad.

Todos los días iba al área de los niños en el único hospital del pueblo, entraba a las tres habitaciones que estaban destinadas para los infantes. La primera vez, que Paula se presentó ahí recibió una serie de palabras reprobatorias, además sus buenas intenciones se transformaron en una querella entre los padres de los niños y algunos doctores del centro médico.

- ¡Un mimo! Cosa del demonio. Musitaban los enfermos

Ir vestida de negro fue como ir de luto. Tomaron como una broma macabra de Paula, quien pretendía llamar a la muerte. La disputa inició en el instante que ella salió con el traje y el rostro pintado de blanco. Además, la lágrima dibujada en su mejilla, agravó más la reyerta.

Los escasos doctores que trabajaban en el sitio, la defendieron de aquel malentendido e ignorancia, hicieron comprender que era tan sólo un payaso y en poco tiempo el pueblo apoyó la labor de Paula. Tuty (nombre del personaje) recorrió con dulzura cada rincón del hospital, despertó a la esperanza que se había dormido en algunos niños.

Conoció a la mayoría de los niños de Mulalillo, quienes acudieron por simples gripes o leves indigestiones. El caso más grave del sanatorio era el de Jonathan. Un niño de tres años que sufría de raquitismo, su aspecto era espantoso, pálido, demasiado flaco y despedía un hedor insoportable, la falta de limpieza y miseria originaron en su cuerpecito varias llagas. El pequeño sólo tenía a su padre Raúl, un hombre de 32 años, famélico con el rostro adusto, la madre de Jonathan abandonó el hogar en cuanto vio a su hijo enfermo.

Paula se encariñó con esa indefensa criatura y todos los días llevaba alimentos para su padre. Mientras Raúl comía, ella abrazaba a Jonathan y le susurraba al oído.

- Ayer miré la estrella de tu destino y brilla más que nunca… Sanarás pronto bebé

Los brazos de Paula lo mantuvieron siempre caliente y protegido, no realizó ninguna función para hacer reír al niño, porque la mayoría del tiempo estaba dormido. Pasaron cuatro años, en los que Jonathan salía bien del dispensario y regresaba al poco tiempo en mal estado.

Los cuidados de ella, la preocupación de los doctores por el niño y el amor de Raúl lograron salvar al niño. La amistad, entre la bella joven y el menor logró borrar los recuerdos dolorosos de Jonathan y el sufrimiento escondido de Paula.

Hace seis años atrás Paula sobrevivió de un cáncer en los ovarios, lo que inevitablemente le impidió ser madre. Sin embargo cubrió su alma con un manto blanco de compasión y amor por los niños. Y así fue que Jonathan poco a poco cerró esa enorme grieta de dolor en el corazón de ella.

Las visitas de Tuty se suspendieron de pronto, los niños preguntaban por el mimo, Raúl prometió ir a casa de ella para saber si se encontraba bien.

La madre de Paula estuvo en su dormitorio, guardando en uno de los tres cajones del anaquel, una foto que le había tomado, cuando se vistió por primera vez de mimo, todo había empezado como un juego para la fiesta de disfraces que se organizó en su trabajo. Después de su enfermedad decidieron trasladarse a un pequeño pueblo para que Paula sanase las heridas del espíritu.

Continuó guardando fotografías de su tierno mimo en el cajón que hace siete días había vaciado Paula. El cáncer volvió de una manera inesperada y drástica. Paula había olvidado sus chequeos regulares y no se pudo hacer nada para salvarla.

- Apenas tenía 27 años. Musitó su madre al mismo tiempo que lloraba.

Su cuerpo había sido enterrado en la capital, donde radicaban la mayoría de amigos y parientes. En su tumba hubo una hermosa rosa cada semana. Era un mimo quien cambiaba la flor… Era Jonathan, que mantenía aún viva la semilla de ternura que había sembrado en él.

En su lápida se grabó: TUTY, EL MIMO MAS DULCE…