jueves, diciembre 22, 2005

La Sonrisa de C A M I L A

Eran más de las seis, y estaba a 10 minutos del lugar de encuentro. Caminé tan rápido como pude, pero el centro comercial estaba atiborrado de personas y eso contribuía aún más a mi atraso. Al fin llegué, ahí estaba ella, después de cinco años de no haberla visto seguía igual como la recordaba.

Nunca he sido expresiva frente a un abrazo, pero Camila advirtió la felicidad en mis ojos por aquel encuentro. Varios cambios trascendentes e intrascendentes habían ocurrido en mi vida, recopilarlos mediante un relato fue difícil, ¿le comentaría los anales de mis días o iniciaría por lo más importante? Las primeras frases que pronuncié fueron: cuanta falta me has hecho. Su sonrisa afable me hizo recordar por un instante la inocencia de esos tiernos años de juventud.
Ya no recuerdo como inicié la conversación, le conté mis problemas financieros y emocionales, haciendo una parodia de mi existencia para no aburrirla, mas no pude detener mi llanto, mi matrimonio estaba al borde de colapsar y me sentía culpable. Cuánto había anhelado casarme con mi amor de juventud, y nunca analicé si en realidad eso sería lo mejor para los dos. Mi presente no había sido tejido con los sueños de adolescente. Me detuve un momento para secar mis lágrimas, sonreí al mirar sus ojos llenos de ternura, nuevamente, volví a encerrarla en mis quejas como en el pasado.

Años atrás Camila tuvo el deseo de dibujar sonrisas y palabras con las siluetas de sus manos, luego por cuestiones laborales, compartió el tierno silencio de varios niños. Aunque para muchos suene a tristeza y soledad, para ella no fue así. Cada sonrisa que les brindó fue sincera y llena de amor. Era feliz con el mundo de silencio que reinaba en aquellas caritas de inocencia. El alma se expresa de distintas maneras: las lágrimas a veces no sólo significan dolor y la ira puede ser melancolía.

Durante cinco años Camila había residido en el extranjero y ni siquiera se me había ocurrido preguntarle, por qué regreso, le pedí disculpas por ser tan egoísta. Después de la amarga escena que presenté en el café ella refirió toda su historia. Ella se había casado hacía cuatro años. Su esposo era un ingeniero en sistemas en una de las más grandes empresas londinenses, un hombre diligente con su familia y su trabajo, Mientras la oía, pensaba ¿por qué no me fui al extranjero? Hubiera sido tan diferente mi historia.

Sus palabras expresaron felicidad, habló de su trabajo, de su matrimonio y por último mencionó a su hijo, quien desde su nacimiento se convirtió en la mayor alegría. Me sorprendió que de pronto recordara una conversación de antaño acerca de cuando decidió aprender el lenguaje de las manos, mi corazón se enfrió, imaginé lo peor, el niño nació sordomudo.
- Cuánto lo siento, debió ser un golpe tan duro.
- Ha sido una bendición mi pequeño bebé, no dejo de dar gracias a Dios; el cielo es tan sabio- respondió Camila.
De todas las mujeres que conocí, Camila es la más fuerte, generosa y dulce. Familiares, amigos y conocidos, no entendían por qué a una chica tan buena le pudo pasar una cosa así, Dios no dio una penitencia a Camila, simplemente, le otorgó a aquel niño la madre perfecta.
Cuando Camila llegó a su nuevo apartamento, la recibió con abrazos y besos su pequeño hijo, ella empezó a dar movimientos a sus manos que con caricias y señas plasmaba felicidad, no eran sus labios quienes emanaban la sonrisa de Camila sino eran sus manos.

sábado, diciembre 03, 2005

La historia de una L A G R I M A

¿Alguna vez me pregunté por qué existen las lágrimas?

¿Nacen del dolor o de una alegría? ¿Son los únicos motivos?

Están presentes si nuestros sentimientos afloran, si nuestro cuerpo es lastimado o si el alma es herida… Recordé, mi única lágrima de amor..

Por los designios de Dios, se me otorgó una compañía que estaría desde mi primer latido, mi primera respiración y al llegar la luz de un mundo desconocido, no estaría sola, ese miedo de lo nuevo compartiría con alguien que durante nueve meses, me preguntaba si estaríamos bien afuera o sería mejor permanecer en un vientre suave y cálido donde no nos faltaba nada, la respuesta no la tuve.

El 18 de abril nos arriesgamos a salir, nuestra primera morada se ponía pequeña para dos cuerpecitos ya formados e indefensos, no quería irme de allí, el temor a un resplandor intenso me hizo llorar, es ahí, que decidió salir primero y luego fui yo, porque no podía estar sin ella. Durante el primer año de vida todo era confuso las actitudes de gente extraña me asustaba, pero ella era tan valiente se acercaba a personas grandes, muy grandes que de un soplido podían derribarla. Yo nunca me arriesgue, confiaba solo en las bondadosas manos que me cuidaban todos los días, mi defensa fueron los gritos, aprendí a gritar tan fuerte que desaparecía a todos del lugar.

Cuando este mundo empezaba a ser un poco comprensible, continuábamos juntas nadie podía separarnos, las dos chiquillas constantemente salían indemnes gracias a Mamá, que nos alejaba de heridas, caídas y maltratos.

Los años transcurrieron y en mis sonrisas ella estaba dibujada por los juegos de infancia, por las primeras ilusiones de amor, por libros y cuadernos para exámenes tediosos que nos acortaban las dulces horas de descanso. A la valiente muñequita siempre la pinchaban primero, en su rostro nunca se veía el dolor y cuando me convencían, pues no salía tan airosa de aquella situación. Se convirtió en mi princesita de cuentos constantemente salía a mi defensa, si la amenaza era más grande que sus fuerzas buscaba un lugar seguro para escondernos, esperando pasar el peligro; llevaba mi carril, mi abrigo y lo suyo para que su mitad solo sea alegría, así me llamó “su otra mitad”, me amaba tanto.

Cuando mi cuerpo descansaba y el alma recorría a su libre albedrío por todos mis sueños y los suyos, ella solía darme su mano para dormir sin miedo, sintiéndola cerca de mi corazón. En esos años no aprendí a vivir en libertad, su cariño fue la más fuerte prisión emanada de ternura y seguridad.

Después de haber compartido los más grandes secretos y a veces participado en ellos, decidió irse al sutil calor del sol y a la paz de una luna embriagada por la suave brisa del amor. Mi alma se cubrió de un manto frío y seco donde la luz entraba pocas veces para alimentarme con alegrías fugaces. La vida la arrancó de mi lado, no de mis sentimientos. Mi corazón que abjuró a su presencia, me enseñó a seguir al destino con mis propios pasos, a crear ilusiones de amor. Tener valor frente a mis derrotas.

Dos años más tarde derramé una lágrima de amor y felicidad, ella estaba junto a mí repitiendo nuestros juegos de infancia, aunque luego siguieron lágrimas de dolor. Pronto la perdería sin un tiempo, ni lugar donde nuestras vidas vuelvan a coincidir.

Cuando nací Dios me dio una muñequita que compartiría: aquellos juegos de mi infancia, aquellas ilusiones de amor en la adolescencia y aquellos triunfos y derrotas de nuestras vidas. Siento a mi muñequita cuando llora, cuando ríe, cuando su corazoncito se enferma de dolor. Tus risas y tus lágrimas son las mías.