jueves, junio 01, 2006

La caza


Una gota recorrió mi rostro. Cuando abrí los ojos estaba en medio de una selva desagradable. Quise levantarme pero un fuerte dolor en el vientre me lo impidió. Miré mis manos endebles y maltratadas, llenas de sangre, pero no veía herida alguna. ¿Qué fue lo que pasó?.Examiné mi cuerpo y la sangre salió de entre mis piernas, era imposible dilucidar algo en ese momento. Tampoco pude recordar nada de mi pasado. No era yo quien estaba en ese cuerpo, ¡No era yo! Traté de caminar pero sólo pude arrastrarme. Durante dos horas avancé muy poco, cada instante que pasaba era tan confuso. Hasta que a lo lejos oí relinchos de caballo y atisbé una carretera. Hacia allá me encaminé, pero, de repente, sentí convulsiones, vómito, perdí el conocimiento.Desperté en el mismo lugar, la noche había caído. La humedad era insoportable y en medio del calor sobrevino una llovizna tenue que lavó por completo las huellas de sangre de mi cuerpo. Ya el dolor en el vientre era leve, así es que decidí caminar hacia la carretera.A lo lejos pude divisar una luz que provenía de una pequeña choza. Todo me pareció una locura. Al acercarme al lugar, salió una mujer gorda de unos sesenta años, con el rostro adusto. Lo que me llamó más la atención de ella fue su atuendo. Llevaba un vestido oscuro y largo, un delantal lleno de grasa y un sombrero marrón nada común. Su atavío era extraño para un clima tan cálido. De pronto, se dirigió hacia mí, con una serie de improperios que me asustaron. Luego tomó un respiro y me dijo:-¡Hasta que apareciste desgraciada!, Creo que entre más pasa el tiempo tu idiotez
empeora.Quise responder pero solo tartajeaba medias palabras.-Estás condenada al mismísimo infierno. ¿Pero por qué Dios me castiga al llevar una cruz que no me pertenece?Señaló un establo y me ordenó entrar de prisa. Allí no había animal alguno, pero el sitio expedía un hedor a desperdicios de alimentos y deshechos podridos. No hubo una cama o catre donde pudiera descansar. Lo único que hice fue cerrar el portón, como una medida de seguridad.Cuando estaba a punto de dormir, se abrió bruscamente el portón.-Carmela, sé que estás aquí.-masculló la voz de un hombre.De nuevo quise hablar, pero me di cuenta de que tenía un problema en la lengua que me impidió articular palabras, así que callé. Además, así le hubiera dicho que se largase no hubiera obedecido.-Soy Fray Jacinto, tu abuela me ha pedido que venga a sacarte el demonio, sé que es muy tarde pero por mi consentida haría muchas cosas.Miré la luz de una vela que iba de un lugar a otro. Al ver que se dirigía hacia mí, traté de escapar, pero él me agarró del cabello fuertemente.-¿A dónde piensas que vas? Hace varios días que no visitas el convento, pero sé que hoy tuviste un agradable encuentro con Fray José. Vamos, no seas tonta. Deberías ser más servicial, pues te hemos salvado la vida. Si no fuera así, hace tiempo estuvieras bajo una hoguera.
Luego me golpeó con su puño y cayó sobre mí. Siguieron más golpes hasta que terminó dentro de mí.-Adiós, pequeña salvaje. Le diré a tu abuela que te portarás bien y seguirás con las visitas regulares a la iglesia.¡Qué ironía! mis lágrimas eran lo único suave y cálido que había sentido desde que desperté. No sé si tenía alma, me habían tratado como un animal. Tal vez eran todos ellos los que carecían de alma, y que la piedad y el amor en ese convento no existían, sino el infierno.
Hasta el amanecer, mi llanto no se detuvo. Limpié mi cara y decidí salir para nunca más regresar a esa inmundicia de hogar. Sin embargo, otra vez convulsioné y caí pero, está vez fue diferente. Entré en un túnel sofocante en donde mis oídos estaban a punto de estallar por a causa de un zumbido estentóreo, que no paró hasta ver una luz.Me di cuenta que padecía de una enfermedad extraña que poco a poco estaba acabando conmigo. No podía despertar debidamente y llevaba días perdiendo y recuperando a medias la conciencia. A veces, parecía que escuchaba musitar varias voces masculinas.Algunos recuerdos se iban incorporando en mi mente. Mi nombre no era Carmela, y había estado enferma desde hacía algún tiempo. De pronto, sentí que alguien enjugaba mi sudor. Con mucho esfuerzo logré despegar mis párpados.
-¡Ya está entrando en sí

Frente a mí estaba un guardia, que detenía un trapo colocado en mi boca. ¿Qué pasó, estoy en prisión? Me incorporé y vi que se encontraba también, un párroco con el cabello canoso de rostro cetrino. Al verlo me encolericé y salté hacia él, como posesa. No sé de donde salieron dos agentes más y me golpearon con una macana para que soltara al cura.-He venido a salvar tu alma, pero veo que no tienes el menor arrepentimiento. Pues muere con tu culpa. ¡Estás condenada al mismísimo infierno! -Gritó el cura.
Luego caminé por el pasillo: un entresijo de la muerte. Antes de entrar al cuarto de condena, volví la cabeza y con una sorna sonrisa le dije al clérigo. -Estaré esperando tu llegada al infierno.

Observé a mi madre sollozando. Tenía un crucifijo en la mano. Hasta el último momento esperé que la pena se conmutara. Cuando sentí la cuerda en mi cuello, escuché caer el crucifijo al piso.

Levanté los ojos y sentí que me liberaba de aquel cuerpo que no me pertenecía. Caminé hacia mi madre, besé su frente y salimos juntas de ese lugar. ¿A dónde íbamos?. Tal vez donde si haya justicia.