Eran más de las seis, y estaba a 10 minutos del lugar de encuentro. Caminé tan rápido como pude, pero el centro comercial estaba atiborrado de personas y eso contribuía aún más a mi atraso. Al fin llegué, ahí estaba ella, después de cinco años de no haberla visto seguía igual como la recordaba.
Nunca he sido expresiva frente a un abrazo, pero Camila advirtió la felicidad en mis ojos por aquel encuentro. Varios cambios trascendentes e intrascendentes habían ocurrido en mi vida, recopilarlos mediante un relato fue difícil, ¿le comentaría los anales de mis días o iniciaría por lo más importante? Las primeras frases que pronuncié fueron: cuanta falta me has hecho. Su sonrisa afable me hizo recordar por un instante la inocencia de esos tiernos años de juventud.
Ya no recuerdo como inicié la conversación, le conté mis problemas financieros y emocionales, haciendo una parodia de mi existencia para no aburrirla, mas no pude detener mi llanto, mi matrimonio estaba al borde de colapsar y me sentía culpable. Cuánto había anhelado casarme con mi amor de juventud, y nunca analicé si en realidad eso sería lo mejor para los dos. Mi presente no había sido tejido con los sueños de adolescente. Me detuve un momento para secar mis lágrimas, sonreí al mirar sus ojos llenos de ternura, nuevamente, volví a encerrarla en mis quejas como en el pasado.
Años atrás Camila tuvo el deseo de dibujar sonrisas y palabras con las siluetas de sus manos, luego por cuestiones laborales, compartió el tierno silencio de varios niños. Aunque para muchos suene a tristeza y soledad, para ella no fue así. Cada sonrisa que les brindó fue sincera y llena de amor. Era feliz con el mundo de silencio que reinaba en aquellas caritas de inocencia. El alma se expresa de distintas maneras: las lágrimas a veces no sólo significan dolor y la ira puede ser melancolía.
Durante cinco años Camila había residido en el extranjero y ni siquiera se me había ocurrido preguntarle, por qué regreso, le pedí disculpas por ser tan egoísta. Después de la amarga escena que presenté en el café ella refirió toda su historia. Ella se había casado hacía cuatro años. Su esposo era un ingeniero en sistemas en una de las más grandes empresas londinenses, un hombre diligente con su familia y su trabajo, Mientras la oía, pensaba ¿por qué no me fui al extranjero? Hubiera sido tan diferente mi historia.
Años atrás Camila tuvo el deseo de dibujar sonrisas y palabras con las siluetas de sus manos, luego por cuestiones laborales, compartió el tierno silencio de varios niños. Aunque para muchos suene a tristeza y soledad, para ella no fue así. Cada sonrisa que les brindó fue sincera y llena de amor. Era feliz con el mundo de silencio que reinaba en aquellas caritas de inocencia. El alma se expresa de distintas maneras: las lágrimas a veces no sólo significan dolor y la ira puede ser melancolía.
Durante cinco años Camila había residido en el extranjero y ni siquiera se me había ocurrido preguntarle, por qué regreso, le pedí disculpas por ser tan egoísta. Después de la amarga escena que presenté en el café ella refirió toda su historia. Ella se había casado hacía cuatro años. Su esposo era un ingeniero en sistemas en una de las más grandes empresas londinenses, un hombre diligente con su familia y su trabajo, Mientras la oía, pensaba ¿por qué no me fui al extranjero? Hubiera sido tan diferente mi historia.
Sus palabras expresaron felicidad, habló de su trabajo, de su matrimonio y por último mencionó a su hijo, quien desde su nacimiento se convirtió en la mayor alegría. Me sorprendió que de pronto recordara una conversación de antaño acerca de cuando decidió aprender el lenguaje de las manos, mi corazón se enfrió, imaginé lo peor, el niño nació sordomudo.
- Cuánto lo siento, debió ser un golpe tan duro.
- Ha sido una bendición mi pequeño bebé, no dejo de dar gracias a Dios; el cielo es tan sabio- respondió Camila.
De todas las mujeres que conocí, Camila es la más fuerte, generosa y dulce. Familiares, amigos y conocidos, no entendían por qué a una chica tan buena le pudo pasar una cosa así, Dios no dio una penitencia a Camila, simplemente, le otorgó a aquel niño la madre perfecta.
Cuando Camila llegó a su nuevo apartamento, la recibió con abrazos y besos su pequeño hijo, ella empezó a dar movimientos a sus manos que con caricias y señas plasmaba felicidad, no eran sus labios quienes emanaban la sonrisa de Camila sino eran sus manos.