miércoles, septiembre 27, 2006

VIERNES SANTO

Din, don… Las campanas de la iglesia tocaron al amanecer.

Guadalupe despertó muy temprano. Los gritos de su abuela acabaron con la paz matutina, no dejó a nadie dormir más de la cuenta.

-Lupe vístete inmediatamente y ve ayudar a tus tías en la cocina. Vociferó la abuela

En la cocina aguardaban las empleadas y sus dos tías solteras, quienes prepararon la Fanesca del Viernes Santo.

A media mañana llegaron primos, tías abuelas y amigos de la familia. Desde tempranas horas advirtieron a los niños de no jugar, cantar o cualquier actividad que demostrara alegría. El Viernes Santo se conmemoraba un año más de la muerte de Jesucristo y significaba un día de recogimiento espiritual. Estaba prohibido bañarse, bailar, comer carne y hablar demasiado.

En las iglesias los sermones de los sacerdotes asustaban a los fieles cristianos con el fuego eterno como pago a cualquier sacrilegio que cometieran en el día.

Para Guadalupe significaba las 24 horas más largas del año, sin risas ni juegos. Guadalupe, era una niña muy hermosa: cabellera larga y brillante, ojos negro azabache, nariz pequeña y labios delgados con formas delicadas. Su sonrisa conquistaba siempre a sus primos.

La tía Martha y su hija Vicky llegaron, la infante de 12 años también estaba ya advertida de no portarse rebelde en ningún momento del día. Guadalupe empezó a saltar de emoción al saludar a su prima y los mayores la vieron de soslayo con miradas reprobatorias. Ella bajó la vista y se sintió culpable.

Mientras la cocina estaba repleta de mujeres atareadas por cortar y pelar los alimentos, las dos niñas planearon escaparse cuando nadie las observara. Después de estar dos horas arrinconadas en el ala izquierda del patio, se les presentó la oportunidad. Primero salió Vicky por la puerta trasera de la vivienda y luego de unos minutos lo hizo Lupe. Corrieron de prisa y sin tropezar hasta llegar al jardín de la escuela del barrio. Una vez allí, iniciaron los juegos.

En el centro del parque se encontraba un tiovivo abandonado, la base redonda de madera, un pilar en el centro con varias manijas de metal, permitía que la rueda diera vueltas y vueltas.

Vicky y Lupe jugaban en el columpio, de súbito se miraron y luego su vista se dirigió al tiovivo. Corrieron hacía él, Lupe llegó primera y subió de prisa lo que significaba que la otra niña tendría que empujar para que empezara a girar. Varias vueltas dio Lupe antes de que Vicky subiera, cuando las dos se encontraban encima sus gritos y risas eran a la par.

Después de unos minutos, se oyó chillar de dolor a Guadalupe, su prima se asustó y vio que su larga cabellera se había enredado en el pilar.

La tía Marcia en ese mismo instante había salido en su búsqueda. Cuando observó a sus dos sobrinas llorando, se percató de lo ocurrido y fue de inmediato a llamar a su madre para que auxiliara a Lupe.

La abuela de forma inexorable salió en dirección al parque con tijeras en mano. Llegó y golpeó a Vicky para que se apartara y empezó a cortar de manera brusca la linda cabellera de Lupe, no hizo ningún intento de desenredar el cabello atrapado en las manijas del juego.

-Esto es un castigo divino, por no respetar este día. - dijo su abuela.

La mayoría de la familia había ido a ver el desenlace de la situación y nadie se quedó callado. Todos se encontraban de acuerdo en que Dios las reprendió por la grave falta. Así, durante un par de horas Guadalupe los escuchó, su llanto no paraba por el dolor de cabeza y por varias imprecaciones hacia ella.

Por la noche Guadalupe fue a su dormitorio. Sus lágrimas brotaron de nuevo, como una suave llovizna que golpeaba su fe, gotitas de sal que trazaban su alma con amargos recuerdos. No pudo entender el comportamiento tan cruel de los adultos. La severidad, la indolencia de sus palabras.

En su habitación se encontraba una escultura de Jesucristo; aquella imagen sonrió, y el cabello de Lupita comenzó a crecer, la niña, sin saber aun la sorpresa que le esperaba al día siguiente, concilió el sueño bajo un torrente de lamentos.

Todas esas beatas y curas distorsionan la imagen de Dios. No existe ningún Dios que odie los juegos de niños. ¡Dios no castiga las risas de la inocencia!.